¿Segunda ola? La amenaza de una nueva cuarentena en Europa
Siempre fue una amenaza. Siempre supimos que una segunda ola de restricciones era una posibilidad. El momento parece haber llegado.
- T+
- T-
Bastó apenas una hora para que las largas filas y los estantes vacíos aparecieran en algunos supermercados de Inglaterra. Imágenes de gente cargando paquetes y paquetes de papel comfort, cartones de leche y desinfectante. Un déjà vu. Las imágenes previas al apocalipsis, o lo que se siente como uno: la amenaza de una segunda cuarentena.
El gobierno de Boris Johnson dice no tener más opción. Al momento, los casos diarios de Covid-19 se han disparado por sobre los 6.000, desde menos de 1.000 hace un mes. Reino Unido no es el único país en Europa donde está pasando. Francia, España y Alemania ven con preocupación cómo, después de las arriesgadas vacaciones de verano, la pandemia vuelve, justo para acompañar a la temporada de lluvias, bajas temperaturas y resfríos.
En redes sociales, en la calle, en el pub, entre vecinos, la pregunta es obligatoria: “¿Estás listo para la nueva cuarentena?”.
Puede ser una exageración, pero es así como se siente, al menos en Reino Unido. Ni siquiera es que estemos ya bajo un nuevo “lockdown” nacional, pero el sólo anuncio de nuevas restricciones trae malos augurios. Es incluso peor que la primera vez, cuando bajo el espíritu de “salvar al NHS” (sistema público de salud) la obediente población británica se guardó en sus casas.
El primer "sacrificio"
La cuarentena comenzó en marzo. Horneamos pan, bajamos Zoom, Teams, Meet, los menos vergonzosos abrieron cuentas en TikTok, y aplaudimos por las noches a los trabajadores de la salud. Seguíamos horrorizados los largos reportes de la BBC sobre la pandemia en el país. Padres y madres, antes esclavos de largos viajes al trabajo, disfrutaban de ver más tiempo a sus hijos. ¿Era difícil conciliar trabajo y la educación a distancia de los niños? No importa. Un pequeño sacrificio.
Hacia junio ya nos habíamos cansado de aplaudir. Tras subir varios kilos, no teníamos más ganas de comer pan o preparar una cena gourmet cada noche. Padres y madres descubrieron que el amor por sus hijos, a ciertas horas, en ciertos momentos, es limitado. Y podíamos explotar ante la sugerencia de que “salgamos a dar una vuelta” a la misma plaza o parque del barrio.
“A mí no me importa tener que usar mascarilla todo el tiempo, o tener que reservar previamente para todo. Ni siquiera me importa no poder ir al teatro o a un bar. Pero, por Dios, creo que me volvería loca con otra cuarentena… (pausa)… Sobre todo, si vuelven a cerrar las escuelas”. Con 45 años, y tres hijos en edad escolar, Andrea Jansen incluso hasta perdió el miedo que tenía al virus.
Algo tuvo que ver el haberse ido cinco días a Grecia, en vacaciones de última hora, y de las que volvió sin contratiempo. Ese es el problema. De julio a ahora, habíamos saboreado en algo la libertad.
Salir para reactivar
Comprometidos con colaborar con el repunte de una economía que se contrajo 20,4% en el segundo trimestre, los británicos volvieron a hacer caso al gobierno, que bajo el lema (a Johnson le encantan los slogans) “sal a comer para ayudar” subsidió £10 de la cuenta de los comensales que superaran el miedo a virus y volvieran al pub y los restaurantes en agosto. Más de 100 millones de comidas se reclamaron bajo el esquema, que ayudó a reactivar la industria.
Pero el verano fue una ilusión. Los restaurantes llenos, la gente en los pubs, las playas a reventar, los jóvenes volviendo a las residencias universitarias. Todo fue un engaño… Pero… ¿Lo fue?
Aunque muchos (decenas de miles al parecer) no respetaron el distanciamiento social, la orden de mantener entre uno o dos metros de distancia siempre han estado vigentes. Muchos, en nombre de sus derechos, se niegan a usar mascarilla. Pero lo cierto es que hay una ley, con multas y todo, que obliga a usarlas en el transporte público, en las tiendas, en los espacios cerrados, en las escuelas.
En medio del gin&tonic veraniego, los asados y la felicidad de ver a nuestros amigos dejamos de ver las noticias y así nos perdimos las advertencias de que la pandemia volvería, si no seguíamos las recomendaciones.
Así pasamos de la campaña “Back to the office!” (Sí, otro slogan del gobierno) a la “Regla de Seis”. Fue la primera alarma. Desde el 14 de septiembre están prohibidos los grupos de más de seis personas. Puede haber 30 asistentes a un funeral, pero no más de 15 a una boda.
No acabábamos de digerir la medida cuando se anunciaron más. En Irlanda del Norte y Escocia está prohibido nuevamente que se junten personas de diferentes hogares. Desde la semana pasada, se pidió a las empresas poner freno a sus planes de vuelta a las oficinas, se volvió a llamar a la gente a trabajar desde sus casas, y ningún café, restaurante, bar o pub puede atender después de las 22.00 horas.
Encerrados otra vez
“Es solo el comienzo. Estas medidas no van a hacer ninguna diferencia”, repiten los indignados oyentes de BBC London un jueves por la mañana. Todos parecen convencidos de que el país avanzará a una segunda cuarentena nacional.
El efecto sería desastroso. El Centro para la Investigación Económica y Empresarial (CEBR) cree que Reino Unido perderá más de US$300 millones diarios por las nuevas restricciones. “Muchos negocios siguen adelante y asumen las pérdidas con la esperanza de volver a la normalidad el próximo año. Pero, si pierden la esperanza de que la normalidad volverá pronto, no tiene sentido que sigan adelante”, advierte Douglas McWilliams, vicepresidente del CEBR.
Sin contar el impacto en otras industrias, solo en el sector gastronómico hay casi un millón de empleos en juego en Inglaterra. “Este será el clavo en nuestro ataúd”, dice uno de los meseros en un pub en Richmond, al oste de Londres. “¿Quién va a venir si, además de todas las medidas (mascarilla, alcohol gel, grupos limitados) sabe que tiene que irse a una hora determinada?”, pregunta su colega Carlos P., quien teme que suspendan su contrato, nuevamente, o peor aún, lo despidan.
Mientras Carlos se pregunta si el próximo mes todavía tendrá para pagar el cuarto en el que vive, en el área de Hammersmith, en el resto del país lo que abunda es el cruce de acusaciones.
¿Quién tiene la culpa de que estemos al borde de una nueva cuarentena?
Me niego a apuntar con el dedo a los adolescentes y veinteañeros que carretearon todo el verano, en grupos de bastante más que seis. No solo por temor a parecer “la vieja” (tener más de 40 no ayuda), sino porque también no faltaron los de más de 50 que se juntaban en el pub o que se negaban a usar mascarilla. Otro sospechoso es el gobierno, con sus llamados a que volvamos a las oficinas, a que volvamos a los restaurantes y a que tomemos vacaciones, siempre de forma responsable, claro, pero dándonos un sentido de “todo ya está bien”.
El primer ministro, Boris Johnson, afirmó ante el parlamento que la culpa es del “amor por la libertad” que hay en este país. Lo que hace más difícil que la gente siga las reglas.
Pero usar mascarilla donde es necesario, no salir en grupos grandes, mantener la distancia no parecen grandes coacciones a la libertad, cuando el riesgo es un nuevo lockdown.
Ojalá las nuevas restricciones logren su propósito. Ojalá frenemos el alza de casos. Ojalá evitemos una nueva cuarentena. Soy muy mala horneando pan.